miércoles, 5 de marzo de 2014

A game show love connection

No voy a darle más rodeos: me encanta echar la culpa a los demás. Me ha costado admitirlo pero es verdad. Aunque invoque a los siete jinetes del Apocalipsis sin previo aviso a una tranquila tarde de verano echare la culpa al otro. ¿Qué se ha asustado? Pues claro, es su culpa. Yo he estado presente hasta la ultima escena, el que se va es él. ¿Qué lo he echado? Bueno, podría haber luchado más por quedarse. ¿Qué nunca le deje participar en la historia? Pues mira, que tuviera más personalidad. Y así siempre. 
Y es que a veces tenemos la necesidad de sentir que si algo acaba mal no es nuestra culpa, como si eso hiciera más fácil el adiós. Lo sabes porque nada más acabarse y hablarlo con tus amigas sueltas el mítico “bueno al menos lo intente”. Al decir eso ya nadie puede reñirte, nadie puede echarte en cara todos tus fallos porque al decir esas cuatro palabras queda anulada cualquier oportunidad de juego. Has ganado. O al menos ha ganado un poco tu orgullo. Lo cual viene a ser un poco lo mismo. 


Recoges toda tu baraja y partes a otra mesa de juego sin mirar atrás. Te quedas expectante inspeccionando el nuevo ambiente y una vez te sientes cómoda vuelves a sacar tus cartas. Sin darte cuenta empiezas las mismas jugadas, los mismos fracasos. Creas tu propio sistema de huidas camufladas y te marchas con los hombros muy en alto pese a saber que en verdad has perdido. 
Lo sabes porque aunque siempre empiezas de una pieza a medida que avanza el juego vas sacando cartas más altas, e incluso algún rey cae antes de tiempo. Ves como tus cartas se van debilitando y empieza a ser más arriesgado jugar. Y ahí, ahí es cuando sacas tus jugadas de siempre. Aprendes a hacerte la tonta pero en el fondo dices “que de aquí no me echan, decido irme yo”. Y en apenas unos minutos consigues recoger tus cosas e irte. 
Porque lo importante no es saber que has perdido sino parecer que has ganado. En eso se resume todo. Igual fue porque cuando eras una amateur solías jugar ciegamente y acabaron arrasando con todas tus fichas pero te niegas a caer otra vez. 
Nos camuflamos en los “quien de verdad quiera algo conmigo luchará” o en los “es mi mejor persona en el peor momento” porque es más fácil. Porque somos más de pluma que de espada. Porque es más cómodo pensar que fue bonito mientras duro que correr el riesgo de volver a caer. 
Pero ya esta bien. Ya esta bien de intentar huir, de ganar en la balanza de poderes. Siéntate en la mesa y déjate de jugadas. Tan simple como eso. Disfruta la partida y comienza a ganar de verdad. Al menos porque tus adversarios se lo merecen. O simplemente porque tú te lo mereces. Porque te mereces vivir un abanico de experiencias y emociones nuevas y sorprendentes. Y porque así el día que tengas que jugar igual es el día que empiezan a arriesgar por ti.


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