lunes, 8 de agosto de 2016

De mi yo de ahora a mi yo del pasado

Hoy después de muchos años me he reencontrado con dos viejos amigos. Cuando digo reencontrar no me refiero a tomar una cerveza y hablar sobre amores y trabajo, me refiero a ir más allá. A volver a conectar. A saber las inquietudes, los valores que mueven a cada uno. Y ha sido maravilloso.
Ha sido maravilloso porque han podido reconocerme. Digo reconocerme porque como ellos mismos me han dicho, no soy la misma que hace años, y gracias a Dios. Hablo de que han podido ver más allá de esa capa que reflejo al mundo donde todo es de color de rosa y nada me afecta. De que han conocido las pasiones que me mueven y el rumbo que llevo ahora en mi vida.
Esa es la clave: un rumbo. Yo, que hace años vivía en mi burbuja, donde todo era cómodo y fácil, logré salir de ella. Recuerdo que no sabía pensar en nada más allá de mi fin de semana o donde me casaré. Me tiraba más tiempo pensando en un príncipe azul que él lo que haría yo en un futuro. Solía pensar que tenía el futuro solucionado, total, mis padres siempre me iban a ayudar y acabaría entrando en alguna empresa gracias a mi padre. Solía pensar que eso era la vida. Jamás pensé que vivir es un verbo y eso significa que requiere acción, movimiento, sentido. 
Crecí pensando que mis valores, en aquellos en los que me movía eran los correctos y por lo tanto no debía pensar más allá. Las cosas eran como me las decían y darle más vueltas era una pérdida de tiempo. Y aún así, aún recuerdo que muchas veces sentía que no encajaba. Veía a otras personas como yo y no conseguía conectar con ellas. Sentía que no me aportaban nada, que les fallaba algo. Siempre solía juntarme con gente que era lo contrario a mí porque era donde me sentía a gusto, sin saber porqué.
Hoy de hecho me han recordado alguna de las cosas que solía "defender" y como ellos no solían enfadarse y me lo dejaban pasar, por ser yo, por saber que existía una inocencia y una ignorancia que no tenía mal fondo. Y es que, yo en el fondo era eso, una ingenua en un mundo de papel. Suelen decir que la ignorancia hace feliz a la gente. A mí me lo hacía mucho, todos los días me despertaba feliz en mi mundo perfecto donde todo era fácil, el único problema es que era feliz por todo y por nada a la vez. Estaba perdida en mi mundo ideal.
Finalmente, los años, la educación, el ímpetu, las ganas, hicieron que por fin encontrase mi camino. Solo era cuestión de juntar todas las piezas perdidas del puzzle y saber que lo que me faltaba era la base. 
Estos años, he ido construyendo esa base. Esa base es la que define mis ideales, mis valores, mi lucha, lo que soy yo. Es cierto que aún me queda muchísimo por aprender, y eso mismo me encanta. Adoro saber que mi base se sigue fortaleciendo día a día y que hay algo más allá de aquella chica simpática e inocente. Adoro saber que detrás de esa faceta de mundo ideal que aún conservo puede encontrarse un trasfondo, una persona de verdad. 
Y todo esto, sé que en parte es gracias a la gente que he ido conociendo durante estos años: los diferentes. Aquellos que se escapaban de mi prisma y me enseñaban nuevas cosas, aquellos que tenían paciencia porque sabían que había algo más, aquellos que se paraban a explicarme porque era importante tener un ideal: a todos ellos, a todos vosotros, gracias. Gracias por hacerme la persona que soy hoy, aquella de la que hoy en día, sin entrar en egocentrismos, se siente súper orgullosa de ser la persona que es. Y mucho más de los que tiene al lado. 


jueves, 4 de agosto de 2016

The best is yet yo come

Me he dado cuenta de que no se vivir un amor tranquilo. No se disfrutar del tonteo, de las montañas rusas, de las peleas insignificantes y el gran final feliz. Ahora que veo a mis amigas formalizar relaciones, algunas incluso casarse, ahora es cuando me doy cuenta del porqué nunca viví un final feliz.
Siempre he vivido todo con mucha intensidad. Nunca he sabido llevar una relación en paz, nací para autosabotearme, para culpar al destino de mis desencuentros y esperar a que por fin algo bueno me pasará sabiendo que no es más que culpa mía.
Desde hace años, empecé las relaciones de la forma menos correcta posible. Me enamoré perdidamente de una relación a distancia, donde apenas con 17 años me veía dispuesta a renunciar a todo, incluso a mí misma, con tal de estar con la otra persona. Me daba igual lo tóxica que fuera, lo sola que me fuera a dejar, lo aislada que me encontrará de cualquier otro ámbito de mi vida, el amor creía que me alimentaba. Lo cierto es que me comía.
Sufrí mucho, me cohibí mucho, pensaba que como decían "el amor tiene que ser como el de antes, el que aguanta todo." Y perdone cosas imperdonables, me hice a mí misma creer que solo los que verdaderamente aman perdonan. Como dicen "me fallé a mí misma por no fallarle a él."
Tarde años en olvidar y cicatrizar esas heridas. En el camino hice mucho daño, jugué a quedarme en sitios donde sabría que no me quedaría. Repetí las palabras que una vez fueron verdad a otra gente solo para hacerla feliz sabiendo que no eran ya reales. Regale muchos besos e incluso alguna promesa en falso.
Finalmente, como en cualquier historia que se precie, pasé página. Conseguí la chispa en mi vida otra vez. Ya me veía, a mí, mi vestido blanco, los hijos, la felicidad. Lo visualice tanto que me volví a perder. Fue intenso, inesperado, complicado. Creo que esa dificultad hacía que me atrayera tanto y finalmente acabé cayendo. 
Hubo momentos maravillosos. Incluso recuerdo algunos de película. Pero la cosa se fue complicando, o más bien, ya empezó complicada. Hasta que también llegó a su fin. 
Estuve meses preguntándome que pude hacer mal, porque cuando me fui no me quiso detener. Pensé que era culpable de algo pero no sabia recordar el qué. Después, tras mucho deje de culparme. No tenía la culpa, ni él ni yo. Las personas se desilusionan, se desenamoran, cambian. No fue cosa de nadie, sino de la vida. Me pase meses pensando que podría arreglarlo pero lo cierto es que lo nuestro estaba muerto desde mucho antes.
Pensé que podría reavivar el amor, que de verdad existía la resucitacion, el fuego que volviera a encenderse después de las cenizas, pero me di cuenta que las cenizas son eso, solo cenizas. Que había cariño, mucho cariño, y amor, pero no el de película.
Que fue duro, pero fue una decisión sabia, hacia mucho que te lloraba pidiéndote cambio, y eso, eso nunca debería pedirse. 
Y ahora me encuentro, otra vez en la casilla de salida. Otra vez repuesta y dispuesta a intentar algo. Pero no algo como lo vivido.
Quien llegue entrar en mi sabra todo mi historial pero sabra también que lo nuestro será distinto. Porque si. Porque ya me he cansado del drama, de las complicaciones. Los gritos, las peleas, los juegos, ya no me van. Quien aparezca será el único desde el primer momento, aquel a quien le contaré mis cosas cuando me surjan, aquel que sepa que se comunicarme, se escuchar y se estar. Y cuando digo estar me refiero a todo, no sólo a quedarme al lado. Hablo de jugarme al amor, como anteriormente pude hacerlo, pero mejor, con más amor y menos barreras. Hablo de lanzarme, de declararme antes si hace falta. He vivido demasiadas historias para saber que cada pequeño gesto puede cambiar el desenlace. Conseguiré mostrarme tal y como soy, sabiendo que hay muchas capas pero que con él no las necesito. Y lo haré porque sé que él será igual, será transparente, sin niveles de complicidad. Una vez me dijeron que el amor no te tiene que hacer sentir nervioso, te debe dar paz nada más verlo, y eso es justo lo que busco.